miércoles, 21 de mayo de 2008

Reflexiones sobre el viaje: Martín Caparros


“El relato de un viaje, el ínfimo fragmento de una vida”
Esta frase me hace pensar en el viaje como aquel ingrediente escencial, pero que puede utilizarse a gusto, en una receta de cocina; pues el viaje cambia el sabor de la vida en su justa medida.


“Viajar para contarlo: el temor de que ya no pueda viajar sin la excusa de un relato futuro”
Hay viajes cotidianos, otros extrordinarios.
Realizamos viajes solos o acompañados, por elección o porque las circunstancias así lo determinan.
Recorremos distancias cortas, algunos viajes duran tan solo unos minutos; otros en cambio, son tan prolongados que nos obligan, casi compulsivamente, a recurrir a todo tipo de entretenimientos, desde una película y la clásica sopa de letras, hasta descubrir si algún auto tiene patente en términación CQC.
Aveces los viajes nos conducen a lugares que por su particularidad y rereza, nos dejan perplejos. Como así también, en ocasiones no registramos el camino transitado, pues se nos ha vuelto rutinario y aburrido.
Los viajes nos dan la oportunidad de conocer a personas nuevas, con quienes tal vez solo establezcamos una relación eventual; o todo lo contrario, perdurará en el tiempo y la amistad se encargará de burlar la distancia que nos separa.
Por todo esto, y mucho más, siento la imposibilidad de obviar un relato sobre los viajes realizados, que tal vez haga el intento de registrar lo más fielmente posible o tan solo quede en anécdota al compartir con mis compañeros la azaña para llegar al trabajo, o en el reencuentro con amigos, o en la cena familiar al final del día, o conversando con alguien descubrir que coincidimos en el lugar y tiempo de vacaciones.


“El viaje provee la tranquilidad de actuar en un teatro ajeno, donde uno se juega, con los tiempos acotados de antemano: el placer infinito de suponerse otro, de descansar de sí mismo por un tiempo previsto”
Me gusta pensar en el viaje como la posibilidad de liberación, de superar limitaciones, de desestructurar conductas, especialmente cuando implica tomar distancia de los lugares habituales, de las caras reiteradas, de los sonidos a los que mis oidos ya no escuchan porque se han acostumbrado, de los caminos marcados por ser transitados tantas veces.
Creo que cuando viajamos nos permitimos pasear por la avenida principal usando el pantalón con el que no saldríamos en nuestro lugar de origen; comemos distinto, cambiamos los horarios y hasta nuestras preferencias; gastamos dinero, no lo invertimos; entablamos conversaciones e intercambiamos miradas cómplices con personas ue aunque nunca habíamos visto antes nos parece conocer desde siempre; no lamentamos haber olvidado el paraguas si llueve, ya que pronto encontramos refugio en comercios, el cine, o corremos por las calles.
En definitiva, considero al viaje como un medio para transformarnos a nosotros mismos en actores representando nuestra vida, solo que en otro escenario, y eso ya implica ser otros.


“El tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace ligeramente falible”
“El viajero es siempre un condenado, y el tiempo y su desliz se vuelven aún más angustiosos y aparece – se me aparece – la obligación de aprovechar a ultranza todos los momentos”
“Y lo que debe ser disfrutado es, sospecho, menos lo novedoso que lo irrepetible: el espacio se arma de la calidad más artera del tiempo y se vuelve, también fugitivo, perdido al encontrarlo”
El tiempo es siempre nuestra prisión. En los viajes, marca un inicio y un final, aunque admite improvisaciones en más de una ocasión.
Durante el viaje el tiempo se transforma. Adopta un disfraz diferente para cada acontecimiento vivido. Por momentos se torna veloz, para luego casi detenerse, o viceversa.
Lo cierto es que nuestro estado de ánimo, las adversidades o placeres que percibimos durante nuestro viaje, condicionan a los ojos que observan detenidamente girar a las agujas del reloj o que las olvidan.
El viajero se ve en una paradoja constante, entre dejar que el tiempo imponga su curso o imponerse a tratar de controlarlo, en el intento de atrapar y registrar cada momento, que no se escurra por entre sus manos lo vivido, tratando de conservar lo único e irrepetible que suceda durante el viaje. Pero también, el viajero corre el riesgo de perderse lo acontecido en la fasinación por el transcurrir del tiempo.

1 comentario:

Celia Güichal dijo...

Interesante selección de citas, tus notas se van acercando a un tono ensayístico.
saludos,
Celia