miércoles, 23 de abril de 2008

BAFICI: Caras y caretas


Es jueves. No tuve un buen día laboral, pero con alivio caigo en la cuenta de que puedo darlo por finalizado. En la facultad no hay clases por paro docente, y eso significa que tengo tiempo libre para disfrutar de las horas que aún quedan de este día.
Cuando salgo a la calle, después de trabajar durante nueve horas dentro de un Hospital, percibo que hace calor y que el abrigo que por la mañana fue tan confortable, ahora solo es una carga que posa en mi brazo. La ciudad continua envuelta en una densa nube de humo desde hace días, y los autos y el transito humano que circula por la vereda, parecen competir en velocidad.
Sin embargo, me siento animada y decido caminar diez cuadras hasta el Shopping Abasto, en busca de historias sobre el BAFICI, un buen plan improvisado en pocos minutos para el final de esta tarde.
BAFICI...festival que desde hace ya una semana brinda la posibilidad de tener acceso, en distintos horarios y en forma casi simultánea en múltiples cines de Capital Federal, a películas que tal vez, si no fuera en el marco de este evento, nunca iríamos a ver. El programa que propone el BAFICI es muy diverso, incluye una amplia oferta de películas, conferencias y espacios de música para todos los gustos. Convoca desde hace ya una década a profesionales de las distintas áreas del arte cinematográfico, a cinéfilos por excelencia, y también a espectadores en busca de experiencias visuales alternativas, o simplemente curiosos, que por un costo mínimo de entrada, pagan para ver aquello que ha tenido mayor difusión.
Cuando llego a las escalinatas del ingreso al Shopping Abasto, observo personas solas o en grupo leyendo el famoso “librito azul” de la programación del BAFICI; tres mujeres bolivianas conversan entre sí en una esquina mientras guardan sus productos y especias; al otro lado de la calle, un grupo de jóvenes sumergen sus manos en lo que para todos nosotros sería basura, pero para ellos son elementos de trabajo, y tal vez hasta la cena de esa noche; tres hombres y una mujer hablando en alemán salen del shopping cuando yo ingreso.
Me dirijo al hall central, y en el sector de orientación del BAFICI selecciono el material que quiero llevar de toda la información que satura mis ojos. Luego, voy hacia las boleterías. Quiero comprar una entrada para la película Historias extraordinarias. Había leído muy buenos comentarios al respecto. Pero no fue posible, en el panel de películas programadas para esa tarde, un cartel “agotadas” atraviesa el nombre de la película.
Ya estaba allí, así que tomé el periódico diario del BAFICI y leí sobre las películas programadas para las próximas horas. Elijo una película francesa, Mange, ceci est mon corps. Me parece interesante su contenido social y político, sobre civilización y barbarie en el marco de la colonización, transcurriendo la historia en Haití, y como plus para mi, hablada en francés, idioma que me encanta.
Para la película que quería ver llegué tarde, para esta otra, es demasiado temprano, pero luego de caminar un poco voy a la fila porque quiero elegir una buena ubicación en la sala. Y así fue, últimas filas, zona central.
La sala muy pronto estuvo repleta. El comienzo de la película se demoró y traté de acallar mi impaciencia con un café ( hacía tiempo que no veía vendedores en una función de cine, eso me sorprendió ).
En la tarima bajo la pantalla, cinco hombres conversaban, iban y venían. Finalmente la película es presentada por su director, un hombre joven, moreno, acelerado al hablar para ser seguido por su traductor, y con gran sentido del humor. Antes de dar comienzo a su película nos dijo que al finalizar la proyección responderá nuestras preguntas, pero que ninguna de ellas debía ser “¿qué quisiste decir con la película?” porque siempre se lo preguntan ( risas en la sala ) y la respuesta debemos buscarla en nosotros, en los interrogantes que surjan y en las conclusiones a las que podamos llegar.
La película comienza con una toma sobrevolando de cerca la ciudad de Haití. Una música perfecta acompaña la panorámica que muestra casas pobres, una al lado de otra, algunas a medio construir. Niños jugando, saltan y corren mientras agitan sus manos saludando cuando pasa el helicóptero que los cubre con su sombra. La cámara continua su recorrido por la zona urbana hasta internarse entre las sierras.
Las escenas siguientes muestran una mujer, asistida por otras dos, en un trabajo de parto; un grupo de personas realizando un ritual con danza y cantos; una anciana recostada en su cama en una habitación vacía donde prevalece el color blanco, representa a la tierra y habla sobre la naturaleza destructiva del hombre; una joven blanca comparte con niños negros una cena imaginaria ( sus platos están vacíos en una enorme mesa ); esos mismos niños, en una escena posterior destrozan con sus manos una enorme torta que comen rápidamente y más adelante jugaran a matarse con armas de fuego.
La idea de la película sobre el tratamiento destructivo e indiferente de los seres humanos entre si y para con el planeta tierra me pareció muy buena, pero algunas escenas eran extensas, en el marco de excesivos silencios y la búsqueda constante de explicar con metáforas lo que se quería decir mediante las imágenes.
En el viaje de regreso a mi casa, todo lo que había visto hasta llegar al Abasto, el mensaje que rescaté de la película, y toda la base comercial sobre la que se apoya el BAFICI, hizo que sintiera un torbellino de pensamientos en mi cabeza. Entonces pensé en la contraposición de realidades, de lenguajes, de miradas, de simbologías presentes en ese “adentro” y ese “afuera” del Shopping Abasto, en ese “mundo del cine comercial” y aquel “mundo del cine independiente”...en las diversas maneras de observar, reflexionar, vivir en este mundo...¿cuál de todos los mundos posibles?

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